domingo, 23 de abril de 2017

Lesbos: de cuna de poetas a tumba de esperanzas rotas.

 “En ninguna otra parte del mundo el sol y la luna no reinan con tanta armonía y no se complementan
 tanto como aquí, en esta parte de la tierra. Una vez, en tiempos remotos, Dios para divertirse
la ha cortado y la ha soplado igual que una hoja de un platanero en el medio del mar Egeo…”
Odiseas Elitis


      Al norte del mar Egeo hay un grupo de 16 islas que se sitúan a lo largo de la costa de Turquía, algunas de ellas como Samos separadas tan solo por un brazo de mar, que reúnen características comunes y forman el archipiélago del Egeo Norte. Una de ellas es Lesbos con capital Mitilene.

    Es una isla de orografía abrupta y caprichosa con abundantes tierras fértiles de las cuales el 40% son extensiones de olivos («la Isla de los senos de los olivares» la llamó Elitis) aunque también hay frutales y bosques sobre todo en el este de la isla, no en vano los turcos la llaman “Jardín del Egeo”.
     La isla de Lesbos ha sido famosa por varias razones: es una tierra llena de tradición y rica en historia y cultura; la cuna de músicos, poetas, escritores y artistas: Alceo, poeta; Teofrasto, botánico; Terpandro, músico; Lesques, poeta; Teófanes, historiador; Pítaco, uno de los llamados sietes sabios; Longo, novelista. Y sobre todo porque de ella nos ha llegado la voz de una mujer de la Grecia de fines del siglo VII a.C. revolucionaria, en cuanto que da una visión del mundo, desde la óptica femenina, en contraposición a la visión dominante masculina, donde el mundo heroico, la violencia, la poesía épica del momento y las gestas militares son las dominantes en aquel mundo: Safo, la décima musa le llamaban algunos.




     Pero no es esta la imagen idílica que viene a nuestra mente cuando hoy oímos el nombre de Lesbos, no. Lesbos se ha convertido hoy en ese lugar triste, inhumano e improvisado donde llegan, unas veces vivos y otras muertos, miles  de refugiados y exiliados. Todos ellos, obligados a salir de una tierra que ya no les pertenece y donde la barbarie y el fanatismo se  han hecho sus moradores, ponen sus pies en la isla de Safo, hoy escenario de un éxodo humano de proporciones bíblicas. Y contradictoriamente, a esta isla que fue de mujeres libres, llegan también mujeres y niñas, que en estas situaciones tan deplorables llegan a sufrir la discriminación, el rechazo y la violencia de género.

   


  Y a la vez que ponen sus pies en la isla ponen también ponen todas sus esperanzas en una especie de sala de espera que les abra las puertas a su entrada en Europa, ese continente, símbolo de la libertad, democracia y justicia, pero que permite que la gente muera en unas circunstancias deplorables. Sin embargo, con otras decisiones humanitarias a nivel político serían completamente evitables. Ese continente hipócrita que alardea de defender los derechos humanos cuando en realidad los únicos derechos que defiende son los económicos.




“Lesbos no ha conocido sino lo mejor en poesía, música y filosofía. ¡Una herencia muy rica para un lugar pequeño!” decía Lawrece Durrell.

Qué ironía.

Triste es la herencia, una tumba de esperanzas rotas.
Lola Vicente



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